lunes, 13 de agosto de 2007

Ecos perversos 11º poema "Ecos perversos"



No puede la simple moral,
juzgar la suprema existencia;
que no se cuestiona a sí misma,
y que no necesita conciencia.

En esa bendita ignorancia,
en la gloria del Edén,
Él les privó de sentidos
y sentimientos también.

Los primeros no dejaban,
en el hombre una impresión.
Los segundos no amarraban
su emoción a la razón.

El fruto que recibieron,
de la hueste angelical,
era de libre albedrío
y conciencia sensorial.

Y su fuego quemó sus mantos
de sagrada inmunidad,
y los sacaron de esa mortaja
a vivir en la realidad.

Como un virus contagioso,
que los ángeles poseían;
a todo lo que tocaban,
sentimientos infundían.

¿Cómo puede el hombre saber,
cuál ser fue el más egoísta;
si el que lo quiso hacer como Él
o el que buscó su dicha altruista?

Si el primero no puede juzgarse,
por ser la suprema existencia,
y el segundo que actuó obedeciendo
cayó en la desobediencia.

Tan sencillo es preguntar
y tan complejo es responder,
pues del hijo es el dudar
y del padre es el saber.

En el Cielo como en la Tierra
se ve lo que se quiere ver,
y asustadas almas creen
en quien no esperan vencer.

El dogma de toda la historia,
que es escrita por vencedores,
es ser tomada por cierta
por conformes perdedores.

Es erróneo el suponer
que es perfecto lo infinito,
pues si digo que nada le falta
a acabado lo limito.

Existe sin un comienzo
y existe sin un final,
de Él ha surgido el bien
y de Él ha surgido el mal.

Y esa divina herencia,
que llamamos voluntad,
se infectó de la conciencia,
y se enfermó de la moral.

¡Qué ironía de la verdad!,
¡qué principio de la certeza!
para ver la felicidad
hay que sentir la tristeza.

Cimiento del equilibrio,
simiente del bien y el mal;
si miento veo que existo,
si miente sé que es real.

Despiertos del ideal,
de pensarse hijos de Dios,
escaparon del espejo
guiados por su intuición.

Y es por esa cualidad,
que escapa a toda ilusión,
que aunque nieguen estos versos
sabrán que tienen razón.

Porque este es un eco perverso,
de aquella olvidada verdad,
de quienes nos dieron lo bueno
y se les pagó con maldad.

Pues en eso consistía
la semilla de Su castigo,
que a nuestros amados guardianes
los haríamos enemigos.

Bendecido y condenado
a ser dueño de su destino;
mas sin saber dominarlo,
marchó el hombre en su camino.

Perversa era Su venganza
y siniestra era Su intención,
ya que a aprendiz y maestro
les maldijo cada lección.

Y por mucho que intentaron,
no pudieron evitar,
que el alumno y el maestro
se dejaran de alternar.

El Ángel le entregó al Hombre
el agua de la verdad;
mas éste bebió demasiado
y tuvo sed de falsedad.

El Ángel le mostró entonces
el espejo de la humildad;
pero el Hombre se vio deslumbrado
y se cegó de la vanidad.

Mas el Ángel lo entrenó,
en esfuerzo y fortaleza;
pero el Hombre se aburrió
y se acomodó con la pereza.

Con su amor trató de moverlo,
de aquel lecho de la abulia;
mas el Hombre agitó solo el cuerpo
que rindió ante la lujuria.

Con nobleza le enseñó
el valor de ser generoso,
y el Hombre ansió tanto el valor,
que se volvió codicioso.

Su apetito intentó saciarle,
con maná de cordura y templanza;
mas la gula heredó Dios al Hombre,
en Su sagrada venganza.

El Ángel desesperado
se hizo ejemplo del altruismo;
mas los celos roían al Hombre,
con le envidia y el egoísmo.

El Hombre anhelaba del Ángel
sus poderes y origen divino,
que él no podía arrancarles;
mas en eso Dios intervino.

Su voz llegó a los oídos
de los primeros hermanos,
Y a cambio de hacerlos divinos,
exigió un sacrificio en sus manos.

El mayor que era un labrador
entregó sus mejores granos,
sin embargo su cosecha,
fue un sacrificio en vano.

El menor que era solo un pastor
fue quien hizo un mejor sacrificio:
degolló a su mejor cordero,
disfrutando con el suplicio.

Y aquel que esperaba sereno,
el pasar de las estaciones,
germinó la maldad en su seno
y se entregó a sus acciones.

Concretó su mayor sacrificio,
que alcanzó todos los rincones,
sumiendo en las sombras al mundo
y eclipsando los corazones.

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