
Su mirada fue un viento blanco
que al sol podría apagar
y sus ojos, índigo océano,
que llamaban al vendaval.
Subió majestuosa a los cielos
envuelta en un huracán
de atormentados recuerdos
que no conseguía olvidar.
En pocos segundos volamos
desde la tierra a la Luna;
allí contemplamos el mundo
sentados sobre sus dunas.
Ella comenzó de nuevo:
“Me molesta recordar
que una vez el Paraíso
estuvo en aquel lugar”.
Con lágrimas en los ojos
al cielo rompió a gritar:
“Oh, Kakos Daimon Theos”
sólo hicimos tu voluntad.
En aquellos primeros días,
en el jardín del Edén,
la realidad era distinta
y un mundo fue a la vez cien.
Fue así como en siete días,
colmados de inspiración,
forjamos el universo
en eones de evolución.
Vanos fueron los esfuerzos
de entender al Creador,
pues éramos como un prisma
de su luz dando color.
Tratamos de complacerlo
como unos hijos devotos;
mas Él nos creó sirvientes,
un grupo de espejos rotos.
En Adán y Eva quisimos,
los ángeles reflejar,
lo que el Señor pretendía
cuándo nos quiso crear.
Que ingenuos e ilusos fuimos
los ángeles al pensar
que nuestro amor replicaría
Sus anhelos de crear.
Su mensaje interpretamos
de manera equivocada.
El no deseaba hijos
sino Su imagen forjada.
Pues quería contemplarse
dominando la existencia.
¿O crees que Lo Infinito
necesita descendencia ?
Llegó de improviso a nosotros
Su divino resplandor.
Nuevas órdenes nos trajo
la Palabra del Creador.
El primer mandato Suyo
fue semilla de confusión:
“amar a Dios y a los hombres
con la misma devoción”.
Acatamos Sus preceptos
sin notar la diferencia
que había entre los conceptos
del amor y la obediencia.
La segunda de sus reglas,
de absoluta frialdad,
nos condenó a ocultarnos
de la amada humanidad.
Con lágrimas y suspiros
germinamos la confusión
que crecería hasta convertirse
en un viento de rebelión.
2 comentarios:
tambien estoy aquí, aunque no te lo esperaras.
No, realmente no me lo esperaba pero es una gratísima sorpresa.
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