jueves, 9 de agosto de 2007

Ecos Perversos 9º poema "El ojo ,La voz ,y la Espada de Dios"


Bajé por las escaleras,
y volé por los siete umbrales
que separan a Nar Mattaru
del reino de los mortales.

Hubo un tiempo en que esas puertas
guardaron la entrada al Edén;
pero el castigo a la Gran Serpiente,
maldijo sus puertas también.

Los lalasu a mi alrededor
aullaban descontrolados;
mas los perversos idimmu
me acechaban con cuidado.

Esgrimí la espada de un ojo
y escaparon con terror.
Cuando todos se marcharon,
solo quedo Yog-Sothoth.

Un ángel de rango elevado,
fue en la orden estelar;
en sus alas brillaban mil soles,
girando en galaxia espiral.

Pasado, presente y futuro,
nada le era desconocido;
y tal como yo esperaba,
él sabía por qué había venido.

Me dijo Azif Al-Dahna,
has viajado hasta el Abismo;
buscando nuestra verdad,
pues contémplala por ti mismo.

Desplegó totalmente sus alas
y flotó por encima del mar.
Las aguas le obedecieron
y se empezaron a agitar.

El océano subterráneo
rugió en una tempestad,
y giraba en un remolino
que guiaba a su voluntad.

Observé en su oscura corriente
los sucesos del pasado,
que el Hombre ocultó en su mente
o piensa que ya ha olvidado.

Terminaba en el Paraíso
una noche de mil años,
en la que vivieron unidos
los ángeles con humanos.

Lucifer y los rebeldes
se habían insubordinado,
por amor a Adán y a Eva,
y jamás habían pecado.

Lentamente se extinguía
en el cielo el fuego lunar,
dejando en cenizas un mundo
que blanco tornó a brillar.

Humanos y celestiales
contemplaron al horizonte,
y vieron morir esa noche
con la luna caer tras un monte.

Un dorado resplandor
asomó de las montañas
cuando el Ojo del Señor
los miró por la mañana.

El sol estaba saliendo,
y del cielo descendía
la hueste castigadora,
que al Edén se dirigía.

Tres excelsos generales,
las miríadas dirigían,
y eran tantos los leales,
que hasta el cielo estremecían.

Los humanos se inquietaron
y temblaron de temor;
mas sus ángeles guardianes
los rodearon con valor.

El triunvirato celestial
descendió ante los caídos,
con un garbo señorial,
de los jueces imbuidos.

El primero que alzó su voz
dijo “mi nombre es Uriel,
yo soy el Ojo de Dios
y mi mirada es la de Él”

Era un príncipe del cosmos
y un señor de las estrellas.
Sus pupilas dos hoyos negros,
y la luz se perdía en ellas.

Su mirada fijó en los hombres,
y hasta ellos se dirigió;
les observó con paciencia
y luego se pronunció.

“Inocentes hijos de Dios,
Lucifer os ha engañado.
Renunciad a sus dones profanos,
que a pecar os ha instigado”.

“El Señor ha prometido
que todo será como antes,
si dejáis a estos rebeldes
y lo ponéis a Él por delante”.

El segundo en alzar su voz
dijo: “mi nombre es Gabriel,
yo soy la Espada de Dios
y mi fuerza es la de Él”.

Era un príncipe de la luz
y un señor del magma y la flama.
Sus alas eran de fuego,
y su estela era de llamas.

Voló hasta los insurrectos,
portando la espada de fuego.
Les miró brillante y perfecto,
y al Lucero le espetó luego.

“Lucifer has traicionado
al cielo y a tu Señor,
mostrándote a los humanos
y enseñándoles el amor”.

“No debíais despertarlos
ni entregarles la conciencia,
pues su fruto podía quemarlos
y robarles su inocencia”.

“Te ordeno en nombre de Dios
que no opongas resistencia,
pues a todos los rebeldes,
llevaré hasta Su presencia”.

“Y cual, si puedo saber”,
dijo el Lucero del Alba,
“es el destino que aguarda
al que se rinda a tu falda”.

Los ojos del ángel Gabriel
centellearon de incandescencia:
“al que ose oponerse a Él
su castigo es la inexistencia”.

“Amamos a Adán y a Eva,
y juramos defenderlos;
y si salvarlos le ofende a Él,
siento orgullo al protegerlos”.

Los ángeles insurgentes
se formaron a su lado,
con postura de valientes,
pues estaban desarmados.

El ángel Ereshkigal
entonó una gallarda canción
que los caídos hicieron réquiem,
y a los leales caló de emoción.

Se encontraban superados
en número y posición;
mas no estaban derrotados
en valor y decisión.

El arcángel de la luz
se plantó ante lucifer,
era ahora un general,
y ya no el siervo de ayer.

“Me avergüenzan sus palabras
y su insolente niñería.
Ya han llamado su atención,
no es eso lo que querían”.

Lucifer le vio seriamente
y le dijo con voz celestial:
“Sois un ángel prepotente
y tu soberbia es sideral”.

“No veis mas que lo evidente
y te cegáis a lo esencial;
aunque seas omnipotente
no sabéis a qué golpear”.

Hasta la órbita de Adar,
voló la espada de Dios;
no tardó medio segundo
y entonces se devolvió.

La ira de aquel Igigi
dejó atrás su resplandor,
volando para borrar
las afrentas al creador.

Los caídos siguieron su réquiem,
y el lucero se puso ante ellos.
Los humanos vencieron el miedo,
y su fe la pusieron en ellos.

Con sus voces Ereshkigal,
le dio una forma al arrojo;
creando un arma sin igual,
que llamó la Espada de un Ojo.

Con fe la lanzó al lugar
del choque entre las estrellas;
Lucifer la asió justo a tiempo,
y detuvo a Gabriel con ella.

Fue tal el poder del impacto,
y la respuesta tan sorpresiva,
que a Gabriel dejó estupefacto
con la increíble onda expansiva.

En aquel golpe se decidió
la victoria en ese duelo;
empero su fuego incendió:
el cielo, los mares y el suelo.

Entre rebeldes y leales
resguardaron el Edén,
salvando a sus habitantes,
de arder en llamas también.

Por fin tomó la palabra
el siguiente en la trinidad;
apenas sus labios abrió,
se estremeció la realidad.

El tercero que alzó su voz
Susurró: “Yo soy Mikael,
nombrado la voz de Dios,
y mi palabra es la de él”.

Era un príncipe del cielo
y un señor de vendavales.
Su aliento invocaba al viento
y ordenaba los temporales.

Le dijo “detente” a Gabriel
“El Lucero te ha vencido.
El Hombre ha confiado en él;
mas aún no ha decidido”.

Voló sobre adán y Eva
con sus alas de torbellino,
y tranquilizó sus mentes,
soplando su aliento divino.

El padre de todos los hombres
le dijo al Ángel Mikael:
“Tu dices hablar en su nombre
y¿ por qué no ha venido él?”.

“Si quiero hablar con un hijo,
yo no envío a otro pariente;
hacia él mismo me dirijo,
y le hablo claramente”.

“Rebeldes llamáis a aquellos,
que todo lo han arriesgado,
por mostrarnos lo más bello
que sus almas han creado”.

“A nosotros han venido
con amor y devoción,
y ustedes con amenazas
de castigo y destrucción”.

“Aprendí a ser padre con ellos,
y con ellos fui un creador;
y vi que en mis sentimientos
no había sólo un amor”.

“Adoramos al altísimo,
como Dios y creador,
y amamos a cada padre,
como ejemplo y preceptor”.

“ No queremos ser la causa
de disputas celestiales;
sino que elegir libres
y por propios ideales”.

“Un hijo no es un espejo,
al que obligas a reflejarte,
sino una ventana al futuro,
donde sueñas a perpetuarte”.

Luego de las palabras
del padre de la humanidad;
sólo un tercio de sus hijos
se marchó con la trinidad.

A excepción de Adán y Eva,
el resto de los humanos
optó por sus protectores
y aprender de lo profano.

Un suspiro de Mikael
desató a mil huracanes;
y para dictar Su sentencia,
su voz despertó a los volcanes.

Siete castigos al ángel,
le impuso a través de los hombres.
Uno por casa rebelde,
a quienes cambió su nombre..

Cada uno de sus dones
los hizo una maldición;
y aunque al hombre coronaran,
traerían su perdición.

Los ángeles de la hueste
protegieron a los leales
del castigo de su voz
y sus sílabas fatales.

“Su crueldad he conocido,
y habrán de llamarme hereje;
aunque yo no olvide el sonido
que sacó el mundo de su eje”.

“Vi a la Tierra sangrando fuego
por miles de venas abiertas;
y, ahogada en cenizas calientes,
toser hasta caer muerta”.

Los ángeles de ambos bandos
se miraron con tristeza,
pues la guerra comenzaría
y lucharían con fiereza.

Quise apartar la mirada,
y no ver la guerra atroz;
pero contuve el impulso
fijándome en Yog Sothoth.

Él me dijo que la maldad
todavía no aparecía,
sin embargo en su castigo,
la semilla se escondía.


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